
Éramos un pueblo sin leyes, pero nos entendíamos muy bien con el Gran Espíritu, creador y amo de todas las cosas. Vosotros, los blancos, nos llamabais salvajes. No entendíais nuestras plegarias. No habéis intentado comprenderlas. Cuando cantábamos nuestras alabanzas al sol, a la luna o al viento, decíais que adorábamos a ídolos. Nos habéis condenado como almas perdidas sin habernos comprendido, simplemente porque nuestro culto era distinto del vuestro.
Reconocíamos la mano del Gran Espíritu en casi todas las cosas: el sol, la luna, los arboles, el viento y las montañas. En ocasiones, nos acercábamos a él a través de todas las cosas. ¿Qué mal había en ello? Pienso que creíamos sinceramente en el Ser supremo; con una fe más fuerte que la de muchos de los blancos que nos han tratado de paganos… los indios que viven cerca de la naturaleza y del amo de la naturaleza no viven en la oscuridad.
¿Sabíais que los árboles hablan? Pues sí, hablan. Hablan entre ellos y si los escucháis también os hablarán. El problema es que los blancos no escuchan. No han aprendido nunca a escuchar a los indios, por lo que dudo que escuchen a las otras voces de la naturaleza. Y sin embargo, a mí los árboles me han enseñado mucho: ora sobre el tiempo, ora sobre los animales, ora sobre el Gran Espíritu.
Tatanga Mani indio Stoney (1871-1967)
Palabras sabias de los pueblos originarios
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